Asociación por la Unidad de Nuestra América

        

 

Inversión Extranjera, Globalización y Desarrollo Nacional

Alonso Aguilar Monteverde

Miembro del Consejo Coordinador de AUNA México

 

Desde hace mucho tiempo dependemos en México cada vez más del capital extranjero. Pero en fechas muy recientes se subraya una y otra vez que sólo podremos salir adelante si logramos que la inversión, sobre todo de Estados Unidos y en menor escala de otros países industriales, afluya al nuestro en volúmenes cada vez mayores.

Tal posición recuerda a Limantour y los “científicos” porfirianos, que sobre todo en los últimos años de ese régimen exaltaron también la inversión extranjera y aun creyeron que, para obtenerla, era preciso hacer máximos esfuerzos e incluso sacrificios, pues de ella dependía nuestro progreso económico.

Los hechos no les dieron la razón, el capital extranjero fluyó inestable y anárquicamente, y  lejos de interesarse en resolver algunos de nuestros problemas, contribuyó más bien a agravarlos. Y la inversión, primero en los ferrocarriles, después en la minería y más tarde en varios servicios públicos y algunas industrias, si bien impulsó el desarrollo capitalista, no nos libró del subdesarrollo, la dictadura, la dependencia y la pobreza de la mayoría de la población.

Bajo la influencia de la globalización en proceso, son muchos los que creen que el Estado-nación es cada vez más débil, que poco o nada puede hacer para impulsar el desarrollo y que la clave hoy son el “libre comercio”, la inversión extranjera, la desregulación, la privatización y el no oponer resistencia alguna a las fuerzas del mercado, que desde afuera determinan el curso de la economía mundial.

No estamos de acuerdo, y reconociendo que nos movemos en el marco de un proceso histórico de internacionalización que arranca desde siglos atrás y que actualmente adquiere una dimensión sin precedentes, pensamos que el Estado y su capacidad de promoción y acción reguladora siguen siendo importantes e incluso que ellos y sobre todo los Estados más poderosos influyen grandemente en la globalización. Tan es así que aparte de seguir interviniendo en la economía aunque de nuevas maneras, especialmente las grandes potencias –Alemania, Estados Unidos y Japón- forman bloques regionales como la Unión Europea y promueven acuerdos de libre comercio como el TLC y la llamada Cuenca del Pacífico. Y lo que es muy revelador es que mientras ellos proceden así, pretenden que los países subdesarrollados como el nuestro sólo deben abrir sus puertas al capital y las mercancías de los países ricos, y aceptar subordinarse a quienes, desde afuera, decidan lo que deben hacer.

La historia demuestra que aun en condiciones más difíciles que las actuales, cuando nuestro pueblo encaró sus más graves problemas con decisión y convencido de que de su propio esfuerzo dependía el resultado, salió adelante. Ahora estamos ante exigentes e insoslayables retos. Por ello es necesario que miremos hacia adentro y no menospreciemos lo que está a nuestro alcance hacer. El potencial de que disponemos no es sólo lo que cada país tiene dentro de su territorio, sino lo que en Nuestra América, o sea en nuestra patria grande podemos hacer juntos. Aislados y dispersos no podremos acometer con éxito las nuevas tareas. Es hora de sumar y aun multiplicar fuerzas, no de restar o dividir. La integración no es una varita mágica; pero es un instrumento con el que a partir de lo que tenemos de común, podemos prepararnos mejor, fortalecer nuestras economías, apoyarnos mutuamente, unirnos e impulsar su desarrollo, en beneficio de todos.

 

Publicado en Boletín Unidad Regional – Imágenes de Nuestra América Nº 7, Primavera de 2001, página 8.

 

 

 

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